R de Re: reapariciones
Chantal Peñalosa







La primera vez que vi una colección privada de arte fue en un almacén.

En el lugar había un muro grande con varias filas de repisas largas y racks que formaban pasillos temporales forrados con pinturas y fotografías.

Mientras recorría el lugar observaba las obras, las cuales en su mayoría estaban envueltas con material de embalaje, pero aun así se podían reconocer algunas formas y colores; otras más estaban completamente visibles, y el resto se encontraban dentro de cajas etiquetadas con su ficha técnica que indicaba los datos de la pieza: nombre del artista, título y fecha.


La relación que uno entabla con las obras en un contexto así es distinta a la que se genera en el marco de una exposición donde todo está situado a partir de una serie de decisiones espaciales, de iluminación, de ideas, de temporalidad, etc. Acá, más bien, parecía que estaba entrando en un momento de intimidad con las obras: sin luz, en silencio, en un estado total de reposo. 

Había algo en la estaticidad del almacén que me era familiar, como si ya hubiera estado en un lugar así antes.

San Diego, California.

Recuerdo que de niña, cada vez que visitaba la casa de mi tía Lupita, jugaba a identificar el sitio de algunos de sus objetos con la mirada: alguna herramienta, un juego de mesa, un bote de pintura, ciertos comestibles, un mueble, un ornamento decorativo, cualquier detalle que se encontrara dentro o fuera de su casa.

En mi siguiente visita, lo primero que hacía al llegar era ver si el objeto seguía allí o si había sido cambiado de sitio.

Así, fui memorizando las cosas, ubicando qué lugar correspondía a cada elemento. Algo así como un memorama.


De esa manera, fui construyendo una imagen del espacio y sobre todo, entendiendo las dinámicas que había con el uso y desuso de las cosas.

Las visitas eran reuniones de adultxs, mi hermano y yo éramos lxs únicxs niñxs, así que teníamos que inventar nuestras propias maneras de relacionarnos con la casa, actividades para pasar el tiempo.


En esa misma casa, celebré mi cumpleaños número uno.

Hace unos dos o tres años, me encontraba de nuevo en la casa de mi tía y, mientras estaba parada en su garage, recordé que ese era el lugar que había evocado en aquella visita a la colección privada.

La situación era la misma: una serie de objetos almacenados sobre estantes, esperando para entrar a la casa o a la exposición.

Garage

El almacén de la colección de arte y el garage de mi tía se volvieron una sola y recurrente imagen, en la que se mezclaban objetos de ambos lugares: una escultura de Adrián Villar Rojas junto a una caja de latas de atún, junto a unos juegos de mesa, junto a una pelota vieja de fútbol americano, junto a una pieza de Abraham Cruzvillegas, junto a un detergente líquido Tide de 8 litros, junto a una escoba, junto a dos contenedores de plástico con estambres de colores adentro, junto a una pieza de Melanie Smith, junto a una bicicleta, junto a una pared con herramientas, junto a una escultura de Tiravanija, junto a un jarrón de porcelana, junto a una caja de focos, junto a una foto de Graciela Iturbide, junto a unas ollas de barro, junto a una pieza de Danh Vö, junto a un costal de tierra de Home Depot.

Históricamente, el garage fue diseñado para guardar un auto, pero poco a poco se reconfiguró como un lugar donde se podían hacer ensayos musicales, trabajar e idear; pero, dos de los escenarios que más me atraen son el del garage como almacén familiar y el del garage como bodega para recolectar cosas que podrían ser necesarias en caso de alguna catástrofe (práctica que comencé a ver en años más recientes, posiblemente después del 9/11): baterías, lámparas, comida enlatada, agua embotellada y un kit de primeros auxilios; todo lo básico para poder sobrevivir frente a algo inesperado. Esta última idea se conecta de manera más clara con el almacenamiento de una colección de arte, y es que en ambos casos existe una necesidad de preservación: preservación humana y preservación con valor histórico.

Ghosts kitbashing

Algunas de mis primeras referencias de arte contemporáneo fueron obras que no vi, pero escuché de ellas por medio de rumores o historias orales; eran piezas que se habían pensado alrededor de los paisajes y de los lugares donde crecí.

Me impresionaba escuchar esas historias e imaginar cómo se habrían visto en aquellos tiempos; algunas obras eran monumentales y duraban poco, otras se habían perdido; aun así, parecía que seguían cobrando relevancia y se hablaba de ellas como emblemas del arte producido en la frontera. 

No sé cómo, pero algunas se volvieron tan importantes para mí que yo también comenzaba a hablar de ellas como si las hubiera visto; sin embargo, siempre me pareció que había algo fantasmal en todo esto: imágenes poco claras, donde la mitad de ellas parecía más bien una invención mía al pensar sobre qué tipo de emotividad desprendían ciertos tamaños, colores y formas.

Eran fantasmas que me fueron acompañando hasta que conformé toda una mitología de obras referenciales que jamás pude ver, una especie de colección personal donde iba colocando todas esas imágenes semificticias.

Muchas de esas obras eran poco relevantes en otros contextos o simplemente se desconocían. Esta particularidad me hizo pensar en los objetos de la casa de mi tía en San Diego; objetos que existían, que eran importantes, pero que su lugar no era dentro de la casa, sino en el espacio del garage, donde aguardaban para entrar a la casa o eventualmente desaparecer. De la misma manera, muchas de esas obras fantasmas esperan la posibilidad de poder entrar a la historia del arte.

Así fue como pensé en otorgarles un espacio físico temporal, mientras el futuro les otorga un destino. Un espacio temporal y ficticio era una oportunidad para invocar a mis fantasmas y traer las obras de vuelta, reinventándolas.






Chantal Peñalosa
(Tecate, 1987)

Artista visual. Estudió Bellas Artes en la Universidad Autónoma de Baja California y en la Universidade de São Paulo. Su práctica se deriva en pequeños gestos e intervenciones en la vida cotidiana que pretenden exponer las nociones de trabajo, espera y demora. La repetición es un elemento crucial en su proceso, la cual hace alusión al absurdo, a la intemperie y a los efectos alienantes del trabajo. Ha recibido reconocimientos y becas por parte de la Fundación Jumex (2021), el fonca (Jóvenes Creadores 2013-2014, 2015-2016 y 2020-2021) y espac (ZsonaMaco, Premio de Adquisición 2017). También fue parte del Programa Bancomer-MACG en su 4.ª edición (2014). Su trabajo ha sido expuesto en el Museo Jumex en la Ciudad de México (2021), Ladera Oeste en Guadalajara (2021), el Museo Amparo en Puebla (2020), espac en la Ciudad de México (2017 y 2019), Proyectos Monclova en la Ciudad de México (2019 y 2016), el M HKA Museum en Antwerp (2019), la XIII Bienal femsa en Zacatecas (2018), Tate Modern en Londres (2018), Casa del Lago en la Ciudad de México (2017), AIR Antwerpen (2016), el Museo de Arte Carrillo Gil en la Ciudad de México (2016), el zmk Center for Art and Media en Karlsruhe (2016), Lulu en la Ciudad de México (2015), La Tallera en Cuernavaca (2015) y el Museo Universitario Arte Contemporáneo en la Ciudad de México (2014).