P de Pintura
C de corresponder
Othiana Roffiel
Querida Laura:1
Recuerdo la primera charla que tuvimos. Extrañamente no fue sobre arte, sino sobre idear un plan para encontrarle un hogar a un perro que esa mañana había rescatado de la lateral del Periférico y que en la noche decidí llevar a una fiesta del gremio con la esperanza de que algún buen samaritano con unas copas encima decidiera adoptarlo. Supongo que la imagen de alguien entrando por la puerta cargando un six bajo un brazo y a un entrañable perrucho con rastas bajo el otro, debe de haberte parecido lo bastante peculiar y simpática como para acercarte a platicar conmigo. Qué curioso que hasta entonces nunca habíamos intercambiado más de tres palabras.
Nos topamos en un par de ocasiones más y, aunque el tema principal de conversación seguía siendo la historia de éxito del afamado can, poco a poco comenzamos a dialogar de arte y, claro, de pintura. Quedaste de venir a mi estudio y yo de ir a ESPAC. Quería hablarte de la especificidad de la pintura y tú de los espacios inter/medios. En aquel entonces pensábamos que teníamos visiones distintas. Tú pretendías desensimismarme de la pintura y yo hacer que te emocionara más. Aunque nunca me lo dijiste de manera explícita, creo que querías que entendiera que las minucias formales de las que tanto te hablaba (el soporte, la pincelada, la forma, la materia, el color, el proceso, etc.) no eran lo más importante y que, más bien, había que abordar a la pintura desde lugares más inter/medios, desde “otros” ángulos ¿más teóricos?, ¿más conceptuales?, ¿más qué, Lau?... Creo que pensabas que tenía una concepción modernista del medio, mientras, por otro lado, yo tenía la impresión de que te sentías alejada de este y de que para nada te "volaba el peluquín”. Me pediste que releyera El cordón umbilical retiniano. ¿Querías que contextualizara mi práctica en la historia de la pintura en México? O más bien, ¿creías que si me compartías más de cómo ESPAC se aproximaba a la pintura, dejaría mi jerigonza pictórica y vería el medio desde un lente más amplio? Sea como sea, leí El cordón sin protesta, me interesaba entender por qué para ti era importante que lo revisitara. Yo te recomendé algunos libros de Isabelle Graw, una de mis escritoras favoritas en temas de pintura, quien argumenta que aunque esta se ha expandido y no puede ser reducida al marco pictórico, aun así retiene cualidades distintivas —aquello que es específico de los códigos, los gestos y la fisicalidad de sus signos—; deseaba que vieras cómo detrás de ciertos aspectos de las prácticas pictóricas que parecen “solo formales” existen capas discursivas donde se erige el pensamiento crítico. Tú también, muy disciplinada, compraste los libros que te sugerí.
Sin embargo, a pesar de nuestras diferencias tácitas, gracias a ser tan diligentes con las tareas que nos poníamos, pronto empezamos a comprender qué es aquello que le da forma al pensamiento de la otra. El momento en el que realmente comenzamos a corresponder fue una noche, cuando después de un panel sobre pintura en Galería Karen Huber, en el que había participado, compartimos un taxi. En aquel breve trayecto, las dos nos abrimos y conversamos sobre la vulnerabilidad con la que llevamos nuestras prácticas, los retos de hablar en público y las complejidades de navegar por el mundo del arte. ¿Te acuerdas que incluso te regalé las notas impresas que usé en la charla aquella tarde? Luego me contaste que habías hecho observaciones sobre mis apuntes, las cuales temía ver porque quizá rebatían mis ideas en torno a la importancia de nombrar a la pintura (el título del panel había sido “Pintura no-pintura”), argumentando que en la “condición posmediática” es irrelevante definir si algo es o no pintura, recordándome que tiempo atrás, Rosalind E. Krauss ya nos lo había demostrado. Finalmente, nunca me enseñaste dichas notas. Me gustaría pensar que no fue por miedo a hacerme sentir mal, sino porque con el pasar del tiempo perdieron relevancia, ya que descubrimos que, aunque nuestras perspectivas variaban, no eran mutuamente excluyentes. Entendimos que no se trataba de “convertir” a la otra, sino de sumar al pensamiento de ambas. Encontramos un punto inter/medio, afín a las dos, y este se volvió el lugar desde el cual conversar.
Recuerdo bien cuando, sin saber que soy fan, me enviaste un par de fotos de unas pinturas de Philip Guston que habías visto en Hauser & Wirth; siento que ahí le empezaste a agarrar la onda a mi trip. Y, como si eso fuera poco, después me mandaste “Shit Happens: Notes on Awkwardness” (2015) de Amy Sillman; de nuevo, ¡sin tener idea de que es mi texto favorito! “Shit Happens...” llevó a una disertación de meses sobre la inseparabilidad de la teoría y el quehacer plástico, sobre lo que quiere decir pensar a través de la pintura abstracta y los procesos de lucha que esta conlleva, sobre el rol del tiempo y la transformación en la pintura, sobre la representación, la abstracción y lo que acontece en medio y sobre la pintura como un proceso lleno de contingencias. Entretanto, me recomendaste la película Las margaritas (1966) de Věra Chytilová. ¿Por qué me sugeriste verla? ¿Habrá sido que lo que te había platicado sobre cómo en la pintura los procesos muchas veces son desordenados e incómodos te recordó a las escenas —atractivamente grotescas— en donde las dos protagonistas se atascan de comida mientras se burlan de los hombres con los que salen? En algún lado leí que Chytilová decía que la creatividad y la destrucción son dos lados de la misma moneda. ¿No es acaso lo mismo que dice Amy Sillman? Cuando escucho a Sillman decir que “el simple hecho de tener un cuerpo es una comedia diaria” no puedo evitar pensar en Las margaritas. Sabes que no sé mucho de cine, pero siento que tanto Sillman como Chytilová “descuidan” una serie de convenciones para acercarse a temas críticos de formas juguetonas, siempre reconociendo el peso de nuestros cuerpos y su innegable extrañeza. Poco tiempo después, te mandé una imagen de Winter Solstice 2012 Dinner Party (2009), pintura de Nicole Eisenman que me recordó a una de las escenas de Las margaritas.
Si las posibilidades tanto materiales como discursivas de la pintura son infinitas y la palabra misma puede apuntar tanto a un medio como a una institución, ¿de qué hablamos cuando hablamos de pintura? Me quedo con la aproximación de Isabelle Graw, quien se enfoca en la indexicalidad de la pintura y en el ensayo “The Value of Painting: Notes on Unspecificity, Indexicality, and Highly Valuable Quasi-Persons” (2012), la describe como: “una forma de producción de signos que se experimenta de una manera altamente personalizada”; enfoque que “nos permite comprender el fuerte vínculo que existe entre la persona y el producto”. Pero, más allá de cuestionarnos a qué nos referimos con pintura, también me parece urgente preguntarnos: ¿con quién hablamos de esta? Desde tiempo atrás, tengo una creciente añoranza y necesidad de dialogar acerca de la pintura, pero en ocasiones he sentido que las personas con quienes poder hacerlo son escasas. ¿Por qué crees que sea esto? ¿Por qué dejamos de departir sobre/desde la pintura en el contexto del arte contemporáneo en México? ¿Qué tanto peso habrá tenido la segregación del medio durante el auge del arte conceptual en los noventa y, después, tras su institucionalización en la primera década del siglo xxi? ¿En qué momento se determinó que “P” de pintura es igual a “P” de purismo?, asociación que tiene a los pintores ciscados de hablar de la riqueza —y de lo rico— de la pintura por miedo a que nos tachen de esencialistas si emitimos las palabras “bastidor”, “pincelada” o “color”. ¿O el cese del diálogo en torno a la pintura habrá sido más bien por un tema de no saber escuchar al otro? Nos movemos en un sistema altamente competitivo en el que todos hablan y pocos escuchan. Me cuestiono, Lau, si la problemática de la pintura en México fue por no conversar. Tal vez sea idealista de mi parte preguntarlo, pero, ¿crees que la historia de la pintura en México sería otra si en las últimas décadas “la banda” hubiera correspondido más?
Cuando en 2015 se instituye ESPAC, retoma la conversación de la pintura, haciendo de esta una de sus principales líneas de investigación. ¡Híjole!, qué difícil tarea se echaron al hombro. En alguno de nuestros primeros intercambios, te compartí un ensayo que escribí en 2019 dentro del marco del Programa de Escritura Alrededor del Arte Contemporáneo (peaac), organizado por Zona de Desgaste, sobre la condición de la pintura en México, porque en este hablaba de ESPAC y del trabajo que había hecho Willy con respecto a este medio. Es peculiar, e incluso vergonzoso, que no te mencioné a ti en ese texto, y es que la manera en la que diriges ESPAC hace que pases desapercibida. No lo digo como algo malo, sino todo lo contrario. Constantemente reconoces la labor que hacen tanto aquellos que conforman la institución, como las personas con las que colaboran. ¿Cómo le hicieron Alfonso, Esteban, Iraís, Maximiliano, Willy y tú? Qué reto tan grande abordar el medio de una manera tan frontal en un momento en el que todavía era necesario no solo rehistorizar, sino también abogar por él. Aunque se ha abierto brecha y ya hay más espacios y ocasión para disertar sobre pintura desde otros lugares, a menudo caemos en pensar que para restituirla es necesario dejar de hablar de sus características formales, como si eso equivaliera a concebirla desde un lente greenberiano y como si enunciar sus particularidades estuviera peleado con entenderla como un medio muy maleable que dialoga con el mundo y con otras disciplinas.
Para profundizar en la idea que plantea Isabelle Graw en “The Value of Liveliness: Painting as an Index of Agency in the New Economy” (2016), sobre cómo cuando la pintura se fusiona con otros medios no se quebranta o muere, sino que gana vitalidad y vivacidad, alguna vez te mandé una foto de Nature Morte (1920) de Picabia, obra en la que la pintura incorpora un readymade (un chango de peluche) y texto (los nombres de Cézanne, Rembrandt y Renoir escritos en la periferia del marco pictórico). Aunque el acto de poner a un mono de juguete junto a los nombres de estos artistas que son “el epítome de la pintura”, sin duda reta la noción purista del medio, irónicamente no lo cancela, como se ha interpretado por algunos; “en realidad [como apunta Graw] el readymade le da nueva vida”, ya que “cada intento de cuestionar los límites de la pintura en el pasado ha contribuido a su revitalización”.
¿De dónde crees que viene esta necesidad de hablar sobre pintura? ¿Por qué me es tan importante? Hacemos tantas cosas por adquirir conocimiento: visitamos museos, galerías y espacios independientes, leemos a las plumas del gremio y los libros que nos recomiendan amigos, nos sumergimos en nuestras producciones y creamos piezas con el afán de generar discursos, pero se nos olvida que conversar es una de las maneras mediante las cuales construimos conocimiento. Jamás me imaginé que el espacio para disertar sobre pintura, en el que se engendrara el tipo de saberes capaces de manifestarse tanto en mi obra como en mi pensamiento, lo iba a encontrar en alguien que no es pintora y más bien es una curadora que se formó como cineasta, que dirige una institución y a quien —entre nos— le costaba trabajo relacionarse con la pintura. Es cierto que en los lugares menos esperados encuentras lo que buscas; al final resultó que nuestros intereses no estaban tan alejados, ¿no? Tal vez, yo te enseñé que para un pintor el pensamiento se consolida a partir de la manipulación de la materia, pero tú me enseñaste que también a través de la escucha. Hoy, pinto para conversar y converso para pintar.
Gracias por expandir mi pintura. Gracias por corresponder conmigo.
Othiana
Nepantla de Sor Juana Inés de la Cruz, 23 de noviembre de 2020
Recuerdo la primera charla que tuvimos. Extrañamente no fue sobre arte, sino sobre idear un plan para encontrarle un hogar a un perro que esa mañana había rescatado de la lateral del Periférico y que en la noche decidí llevar a una fiesta del gremio con la esperanza de que algún buen samaritano con unas copas encima decidiera adoptarlo. Supongo que la imagen de alguien entrando por la puerta cargando un six bajo un brazo y a un entrañable perrucho con rastas bajo el otro, debe de haberte parecido lo bastante peculiar y simpática como para acercarte a platicar conmigo. Qué curioso que hasta entonces nunca habíamos intercambiado más de tres palabras.
Nos topamos en un par de ocasiones más y, aunque el tema principal de conversación seguía siendo la historia de éxito del afamado can, poco a poco comenzamos a dialogar de arte y, claro, de pintura. Quedaste de venir a mi estudio y yo de ir a ESPAC. Quería hablarte de la especificidad de la pintura y tú de los espacios inter/medios. En aquel entonces pensábamos que teníamos visiones distintas. Tú pretendías desensimismarme de la pintura y yo hacer que te emocionara más. Aunque nunca me lo dijiste de manera explícita, creo que querías que entendiera que las minucias formales de las que tanto te hablaba (el soporte, la pincelada, la forma, la materia, el color, el proceso, etc.) no eran lo más importante y que, más bien, había que abordar a la pintura desde lugares más inter/medios, desde “otros” ángulos ¿más teóricos?, ¿más conceptuales?, ¿más qué, Lau?... Creo que pensabas que tenía una concepción modernista del medio, mientras, por otro lado, yo tenía la impresión de que te sentías alejada de este y de que para nada te "volaba el peluquín”. Me pediste que releyera El cordón umbilical retiniano. ¿Querías que contextualizara mi práctica en la historia de la pintura en México? O más bien, ¿creías que si me compartías más de cómo ESPAC se aproximaba a la pintura, dejaría mi jerigonza pictórica y vería el medio desde un lente más amplio? Sea como sea, leí El cordón sin protesta, me interesaba entender por qué para ti era importante que lo revisitara. Yo te recomendé algunos libros de Isabelle Graw, una de mis escritoras favoritas en temas de pintura, quien argumenta que aunque esta se ha expandido y no puede ser reducida al marco pictórico, aun así retiene cualidades distintivas —aquello que es específico de los códigos, los gestos y la fisicalidad de sus signos—; deseaba que vieras cómo detrás de ciertos aspectos de las prácticas pictóricas que parecen “solo formales” existen capas discursivas donde se erige el pensamiento crítico. Tú también, muy disciplinada, compraste los libros que te sugerí.
Sin embargo, a pesar de nuestras diferencias tácitas, gracias a ser tan diligentes con las tareas que nos poníamos, pronto empezamos a comprender qué es aquello que le da forma al pensamiento de la otra. El momento en el que realmente comenzamos a corresponder fue una noche, cuando después de un panel sobre pintura en Galería Karen Huber, en el que había participado, compartimos un taxi. En aquel breve trayecto, las dos nos abrimos y conversamos sobre la vulnerabilidad con la que llevamos nuestras prácticas, los retos de hablar en público y las complejidades de navegar por el mundo del arte. ¿Te acuerdas que incluso te regalé las notas impresas que usé en la charla aquella tarde? Luego me contaste que habías hecho observaciones sobre mis apuntes, las cuales temía ver porque quizá rebatían mis ideas en torno a la importancia de nombrar a la pintura (el título del panel había sido “Pintura no-pintura”), argumentando que en la “condición posmediática” es irrelevante definir si algo es o no pintura, recordándome que tiempo atrás, Rosalind E. Krauss ya nos lo había demostrado. Finalmente, nunca me enseñaste dichas notas. Me gustaría pensar que no fue por miedo a hacerme sentir mal, sino porque con el pasar del tiempo perdieron relevancia, ya que descubrimos que, aunque nuestras perspectivas variaban, no eran mutuamente excluyentes. Entendimos que no se trataba de “convertir” a la otra, sino de sumar al pensamiento de ambas. Encontramos un punto inter/medio, afín a las dos, y este se volvió el lugar desde el cual conversar.
Recuerdo bien cuando, sin saber que soy fan, me enviaste un par de fotos de unas pinturas de Philip Guston que habías visto en Hauser & Wirth; siento que ahí le empezaste a agarrar la onda a mi trip. Y, como si eso fuera poco, después me mandaste “Shit Happens: Notes on Awkwardness” (2015) de Amy Sillman; de nuevo, ¡sin tener idea de que es mi texto favorito! “Shit Happens...” llevó a una disertación de meses sobre la inseparabilidad de la teoría y el quehacer plástico, sobre lo que quiere decir pensar a través de la pintura abstracta y los procesos de lucha que esta conlleva, sobre el rol del tiempo y la transformación en la pintura, sobre la representación, la abstracción y lo que acontece en medio y sobre la pintura como un proceso lleno de contingencias. Entretanto, me recomendaste la película Las margaritas (1966) de Věra Chytilová. ¿Por qué me sugeriste verla? ¿Habrá sido que lo que te había platicado sobre cómo en la pintura los procesos muchas veces son desordenados e incómodos te recordó a las escenas —atractivamente grotescas— en donde las dos protagonistas se atascan de comida mientras se burlan de los hombres con los que salen? En algún lado leí que Chytilová decía que la creatividad y la destrucción son dos lados de la misma moneda. ¿No es acaso lo mismo que dice Amy Sillman? Cuando escucho a Sillman decir que “el simple hecho de tener un cuerpo es una comedia diaria” no puedo evitar pensar en Las margaritas. Sabes que no sé mucho de cine, pero siento que tanto Sillman como Chytilová “descuidan” una serie de convenciones para acercarse a temas críticos de formas juguetonas, siempre reconociendo el peso de nuestros cuerpos y su innegable extrañeza. Poco tiempo después, te mandé una imagen de Winter Solstice 2012 Dinner Party (2009), pintura de Nicole Eisenman que me recordó a una de las escenas de Las margaritas.
Si las posibilidades tanto materiales como discursivas de la pintura son infinitas y la palabra misma puede apuntar tanto a un medio como a una institución, ¿de qué hablamos cuando hablamos de pintura? Me quedo con la aproximación de Isabelle Graw, quien se enfoca en la indexicalidad de la pintura y en el ensayo “The Value of Painting: Notes on Unspecificity, Indexicality, and Highly Valuable Quasi-Persons” (2012), la describe como: “una forma de producción de signos que se experimenta de una manera altamente personalizada”; enfoque que “nos permite comprender el fuerte vínculo que existe entre la persona y el producto”. Pero, más allá de cuestionarnos a qué nos referimos con pintura, también me parece urgente preguntarnos: ¿con quién hablamos de esta? Desde tiempo atrás, tengo una creciente añoranza y necesidad de dialogar acerca de la pintura, pero en ocasiones he sentido que las personas con quienes poder hacerlo son escasas. ¿Por qué crees que sea esto? ¿Por qué dejamos de departir sobre/desde la pintura en el contexto del arte contemporáneo en México? ¿Qué tanto peso habrá tenido la segregación del medio durante el auge del arte conceptual en los noventa y, después, tras su institucionalización en la primera década del siglo xxi? ¿En qué momento se determinó que “P” de pintura es igual a “P” de purismo?, asociación que tiene a los pintores ciscados de hablar de la riqueza —y de lo rico— de la pintura por miedo a que nos tachen de esencialistas si emitimos las palabras “bastidor”, “pincelada” o “color”. ¿O el cese del diálogo en torno a la pintura habrá sido más bien por un tema de no saber escuchar al otro? Nos movemos en un sistema altamente competitivo en el que todos hablan y pocos escuchan. Me cuestiono, Lau, si la problemática de la pintura en México fue por no conversar. Tal vez sea idealista de mi parte preguntarlo, pero, ¿crees que la historia de la pintura en México sería otra si en las últimas décadas “la banda” hubiera correspondido más?
Cuando en 2015 se instituye ESPAC, retoma la conversación de la pintura, haciendo de esta una de sus principales líneas de investigación. ¡Híjole!, qué difícil tarea se echaron al hombro. En alguno de nuestros primeros intercambios, te compartí un ensayo que escribí en 2019 dentro del marco del Programa de Escritura Alrededor del Arte Contemporáneo (peaac), organizado por Zona de Desgaste, sobre la condición de la pintura en México, porque en este hablaba de ESPAC y del trabajo que había hecho Willy con respecto a este medio. Es peculiar, e incluso vergonzoso, que no te mencioné a ti en ese texto, y es que la manera en la que diriges ESPAC hace que pases desapercibida. No lo digo como algo malo, sino todo lo contrario. Constantemente reconoces la labor que hacen tanto aquellos que conforman la institución, como las personas con las que colaboran. ¿Cómo le hicieron Alfonso, Esteban, Iraís, Maximiliano, Willy y tú? Qué reto tan grande abordar el medio de una manera tan frontal en un momento en el que todavía era necesario no solo rehistorizar, sino también abogar por él. Aunque se ha abierto brecha y ya hay más espacios y ocasión para disertar sobre pintura desde otros lugares, a menudo caemos en pensar que para restituirla es necesario dejar de hablar de sus características formales, como si eso equivaliera a concebirla desde un lente greenberiano y como si enunciar sus particularidades estuviera peleado con entenderla como un medio muy maleable que dialoga con el mundo y con otras disciplinas.
Para profundizar en la idea que plantea Isabelle Graw en “The Value of Liveliness: Painting as an Index of Agency in the New Economy” (2016), sobre cómo cuando la pintura se fusiona con otros medios no se quebranta o muere, sino que gana vitalidad y vivacidad, alguna vez te mandé una foto de Nature Morte (1920) de Picabia, obra en la que la pintura incorpora un readymade (un chango de peluche) y texto (los nombres de Cézanne, Rembrandt y Renoir escritos en la periferia del marco pictórico). Aunque el acto de poner a un mono de juguete junto a los nombres de estos artistas que son “el epítome de la pintura”, sin duda reta la noción purista del medio, irónicamente no lo cancela, como se ha interpretado por algunos; “en realidad [como apunta Graw] el readymade le da nueva vida”, ya que “cada intento de cuestionar los límites de la pintura en el pasado ha contribuido a su revitalización”.
¿De dónde crees que viene esta necesidad de hablar sobre pintura? ¿Por qué me es tan importante? Hacemos tantas cosas por adquirir conocimiento: visitamos museos, galerías y espacios independientes, leemos a las plumas del gremio y los libros que nos recomiendan amigos, nos sumergimos en nuestras producciones y creamos piezas con el afán de generar discursos, pero se nos olvida que conversar es una de las maneras mediante las cuales construimos conocimiento. Jamás me imaginé que el espacio para disertar sobre pintura, en el que se engendrara el tipo de saberes capaces de manifestarse tanto en mi obra como en mi pensamiento, lo iba a encontrar en alguien que no es pintora y más bien es una curadora que se formó como cineasta, que dirige una institución y a quien —entre nos— le costaba trabajo relacionarse con la pintura. Es cierto que en los lugares menos esperados encuentras lo que buscas; al final resultó que nuestros intereses no estaban tan alejados, ¿no? Tal vez, yo te enseñé que para un pintor el pensamiento se consolida a partir de la manipulación de la materia, pero tú me enseñaste que también a través de la escucha. Hoy, pinto para conversar y converso para pintar.
Gracias por expandir mi pintura. Gracias por corresponder conmigo.
Othiana
Nepantla de Sor Juana Inés de la Cruz, 23 de noviembre de 2020
1. El género epistolar me ha acompañado a lo largo de los últimos años. En 2016, redacté una reseña sobre Caminar juntos, la exposición de Mario García Torres en el Museo Tamayo, curada por Sofía Hernández Chong Cuy. Dicha reseña tomó la forma de una carta dirigida al artista. Ese mismo año escribí un artículo sobre Los archivos Barragán de Jill Magid, proyecto con un fuerte componente epistolar, el cual en 2017 me llevó a investigar los precedentes de la premisa “una carta siempre llega a su destino”, título de la muestra que Magid tuvo en el muac. En 2020, gracias a un círculo de lectura que organizó Sandra Sánchez, por fin leí I Love Dick de Chris Kraus, novela de autoficción compuesta por una serie de cartas. Todo esto, aunado a que a causa de la pandemia los intercambios que he tenido han sido en su mayoría a través de la palabra escrita, me llevó a estructurar este texto como una carta.
Othiana Roffiel
(Ciudad de México, 1990)
Artista visual. Su práctica explora cómo la pintura configura el pensamiento pictórico y genera significados dentro del imaginario contemporáneo. A través de diversos lenguajes, la artista contrapone estados aparentemente antagónicos y genera tensiones que desafían la lógica de la representación, lo cual resulta en un vocabulario visual sumamente subjetivo. Estudió Artes Visuales en el Savannah College of Art and Design en Georgia, donde se le otorgó el reconocimiento summa cum laude y el Premio a la Excelencia Académica en Pintura (2012). Fue becaria del programa Jóvenes Creadores del fonca (2019-2020) y, seleccionada para participar en la XIX Bienal de Pintura Rufino Tamayo (2020). Su trabajo ha sido expuesto en el Centro de la Imagen en la Ciudad de México (2020-2021), el Museo de Arte Contemporáneo Oaxaca en Oaxaca (2020-2021), el Museo de la Ciudad de México (2020-2021), Galería Karen Huber en la Ciudad de México (2019 y 2021), la Feria de Arte Independiente, FAIN, en la Ciudad de México (2019 y 2020), icosa Collective en Austin (2019), la Feria de Arte Mexicano Accesible, fama, en Monterrey (2019), Guadalajara 90210 en la Ciudad de México (2019) y Casa Equis en la Ciudad de México (2019). Su práctica también se extiende a la escritura; sus polifacéticos ensayos han tenido salida como textos de sala y en libros y revistas como artpulse y Artishock, entre otras.